POR FAVOR ANALIZAR EL SIGUIENTE DOCUMENTO
Democracia,
democracia...
Cornelius
Castoriadis
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Una sociedad autónoma quiere decir una sociedad en
la que la reflexión colectiva ha alcanzado su máximum. La democracia es el
régimen donde se reflexiona y decide colectivamente sobre lo que se va a hacer.
La libertad, en una sociedad donde hay leyes, debe tener la posibilidad
efectiva de participar en las discusiones, en las deliberaciones y en la
formación de las leyes. El papel de la política en una democracia es el de
garantizar y promover la mayor actividad posible de los individuos y los grupos
tanto en el marco privado como en el público.
Casi todas las sociedades humanas son no-autónomas porque aunque ellas son
creadoras de sus instituciones, sin embargo
incorporan a las mismas la idea incontestable para los miembros de la
sociedad de que tales instituciones no
han sido creadas por los hombres sino por alguna cosa superior que no
puede cuestionarse.
La autonomía es la consciencia explícita de que
nosotros creamos nuestras leyes y que, por tanto, podemos igualmente
cambiarlas.
La Declaración de los Derechos del Hombre dice en
el preámbulo: “Toda persona tiene el derecho a tomar parte en la dirección de
los asuntos públicos de su país, bien directamente, bien por intermedio de
representantes libremente elegidos”.
Pero ese “ya sea directamente” ha desaparecido y
nos hemos quedado con sólo los
“representantes”.
Desde el punto de vista de la organización
política, una sociedad se articula en tres esferas:
-- La vida privada, la familia.
-- El lugar de encuentro entre lo público y lo
privado, donde los individuos se reencuentran, discuten, intercambian, forman
asociaciones, empresas...
-- El lugar donde se ejerce el poder político.
No existe sociedad autónoma (democracia) sin
individuos autónomos; esto implica que en ella la esfera política garantiza y
promueve la más amplia actividad posible de los individuos (esfera privada), de
los grupos (esfera pública) y también permite participar a todo el mundo en el
poder político.
Pero el poder público es, de hecho, un asunto
privado de los diversos grupos y clanes que se reparten el poder entre sí. Las
decisiones esenciales siempre son tomadas en complicidad. Lo poco que se
transmite a la escena pública está maquillado y manipulado. En nuestra
democracia, la representación ha sustituido a la deliberación. Hay una división
muy clara entre los gobernantes y los gobernados, entre los dominadores y los
dominados.
El pueblo se refugia en lo privado. Abandona el
dominio público a las oligarquías burocráticas, empresariales y financieras.
Una nueva clase de individuos surge, caracterizado por la avidez, la
frustración y el conformismo generalizados. El capitalismo parece haber
llegado, por fin, a fabricar el tipo de individuo que le conviene:
perpetuamente distraído, sin memoria, sin proyecto, dócil para responder a
todas las incitaciones de una máquina económica que destruye la biosfera para
producir ilusiones denominadas mercancías.
Somos cómplices en esta evolución de nuestro mundo.
¿Lo seremos siempre? Una cosa es cierta: no es, dejándose arrastrar tras los
que se lleva o lo que se dice, ni ocultando lo que pensamos o lo que queremos,
como podremos acrecentar las oportunidades de la libertad. Cuando luchamos
nosotros personalmente en lugar de pedir
a nuestro gobierno que haga algo por nosotros, cuando nos organizamos aunque
sólo sea para discutir lo que es preciso hacer, estamos ya en el movimiento
hacia la autonomía individual y colectiva, es decir, hacia la democracia. Esto,
ni más ni menos, debería y tendría que ser una necesidad para nosotros.
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